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       El 
          Campanillo  | 
  
La Eucaristía: El alimento. Jesús Catalá, Obispo de Alcalá de Henares

La presencia del Señor 
  Jesús en su Iglesia, después de su ascensión a los cielos, 
  se realiza de modo sacramental. Cristo se hace presente de muchos modos y en 
  distintos grados de presencia: en los sacramentos, en su palabra, cuando la 
  Iglesia suplica y canta salmos; pero sobre todo esta presente bajo las especies 
  eucarísticas. Se trata de una presencia real, verdadera y substancial, 
  expresada y realizada eficazmente según la fe de la Iglesia.
  
  Ha sido deseo expreso del Señor Jesús que los cristianos celebremos 
  su muerte y resurrección, participando del misterio eucarístico, 
  hasta que Él venga de nuevo en gloria y majestad. Celebrar la Eucaristía 
  es comer el Cuerpo del Seños y beber su Sangre; es alimentarnos con el 
  Pan vivo bajado del cielo; es tomar el alimento de vida eterna. La Eucaristía 
  restaura nuestras fuerzas para el camino y nos sostiene a los que peregrinamos 
  en este mundo. Cristo mismo nos dijo: Si no coméis mi Carne y no 
  bebéis mi Sangre, no tenéis vida en vosotros; el que come mi Carne 
  y bebe mi Sangre tiene la vida eterna.
  
  La Eucaristía, presencia real de Jesucristo a través de los tiempos 
   en palabras del documento La Eucaristía, alimento del pueblo peregrino, 
  de la Conferencia Episcopal Española -, es invitación a 
  todos los que están cansados y agobiados o tienen hambre y sed de salvación; 
  en cualquier necesidad de bienes básicos para vivir, de salud y de consuelo, 
  de justicia y de libertad, de fortaleza y de esperanza, de misericordia y de 
  perdón. Por eso es alimento que nutre y fortalece, tanto al niño 
  y al joven que se inician en la vida cristiana, como al adulto que experimenta 
  su propia debilidad y, de modo singular, es viático para quienes está 
  a punto de dejar este mundo.
  
  Ante la difícil y compleja situación en la que vive el cristiano 
  en el mundo de hoy, se hace más necesario y urgente enraizarse en Cristo 
  y fundamentar la propia vida en Él, que es Camino, Verdad y Vida, para 
  recabar la fuerza que nos ofrece a través de su Espíritu. Y precisamente 
  en la Eucaristía se nos regala la fuerza, la salvación y el amor 
  del Señor. El sacrificio del Cuerpo y de la Sangre de Jesucristo es su 
  gran victoria sobre el pecado, sobre el mal y sobre la muerte, de la que Él 
  nos hace partícipes. Con este alimento podemos vencer las dificultades 
  de nuestra vida y superar los obstáculos que nos alejan de la verdadera 
  imagen del hombre, creado a imagen de Dios. 
  
  El sacrificio de Cristo, ofrecido por nosotros, constituye un acto de supremo 
  amor, que nos invita a imitarlo y compartirlo.
  (Alfa y Omega)