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       El 
          Campanillo  | 
  
Quédate 
  con nosotros. Pepe Morales Carmona 
  
  Estas palabras, que el evangelista Lucas pone en boca de los discípulos 
  de Emaús, expresan admirablemente el deseo ardiente que anidaba en lo 
  más hondo del corazón de los hombres y mujeres que convivieron 
  con Jesús, que pasaron por el trago amargo de verle morir en la cruz 
  y que tenían la experiencia de haber comido y bebido con él, después 
  de resucitar de entre los muertos (Hch 10, 41). Las primeras comunidades cristianas 
  estaban convencidas de que Jesús había dado una respuesta positiva 
  a ese deseo, tan vivamente sentido. Por eso ponen en boca del Resucitado estas 
  palabras: Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta 
  el final del mundo (Mt 28, 20).
  
  Pues bien, esa PRESENCIA de Jesús en medio de la comunidad de sus seguidores, 
  acompañándolos y sosteniéndolos en su caminar por este 
  mundo hacia la casa del Padre, tiene su expresión más plena y 
  real en la celebración de la Eucaristía. Es ahí donde podemos 
  vivir de un modo más intenso la experiencia del encuentro con el Resucitado 
  vivo. Esto es lo que nos quieren decir las primeras comunidades cristianas en 
  los relatos de las apariciones pascuales, donde nos describen, de una forma 
  tan pedagógica como bella, su experiencia del encuentro con el Resucitado 
  en el marco de una comida con sus discípulos y éstos le reconocen 
  en el partir el pan. 
  
  Así pues, lo que hace posible la presencia real y operante de Cristo 
  en la Eucaristía es el hecho de que el Crucificado ha resucitado y está 
  vivo. Si con la muerte de Jesús se hubiera acabado todo, no habría 
  posibilidad de presencia real y viva; la Eucaristía no sería más 
  que un recuerdo. A los muertos los podemos recordar, pero no tienen una presencia 
  real, viva y eficaz. El Cristo que se hace presente en la Eucaristía 
  es el que vive actualmente y está ahora sentado a la derecha del 
  Padre.
  
  Esta presencia del Cristo resucitado en la Eucaristía no es una presencia 
  estática, sino dinámica: se nos va manifestando y ofreciendo de 
  forma progresiva. a) Desde el comienzo de la celebración eucarística, 
  el Señor ya está presente en la comunidad que se ha reunido en 
  su nombre: Donde dos o tres se han reunido en mi nombre, allí estoy 
  Yo en medio de ellos (Mt 18, 20). b) El Señor nos muestra también 
  su presencia en la Palabra leída y proclamada. Es Él mismo en 
  persona, quien se dirige a nosotros a través de esas lecturas y, si le 
  abrimos nuestra mente y nuestro corazón, podremos decir como los discípulos 
  de Emaús: ¿No ardía nuestro corazón mientras 
  nos hablaba y nos explicaba las Escrituras? (Lc 24,32). c) El Señor 
  también se nos hace presente en el sacerdote que preside la asamblea 
  eucarística en nombre de Jesús; él presta su humanidad 
  a Cristo para que su presencia se transparente a nosotros en una humanidad semejante 
  a la nuestra. d) Finalmente, la mayor densidad de presencia del Señor 
  en la Eucaristía es la que se da en los dones del pan y del vino: gracias 
  a la acción del Espíritu, manifestada especialmente en las palabras 
  de la consagración, el pan y el vino se convierten en verdadero sacramento 
  de la presencia real del Señor resucitado y vivo en la entrega de su 
  vida al Padre por toda la humanidad y, por tanto, por la comunidad que está 
  reunida en la celebración.
  
  Sólo la Fe nos permite vivir todo esto como una realidad tremendamente 
  rica y enriquecedora. Pero esa Fe hay que mantenerla viva y cuidarla desde el 
  principio al final de la Celebración Eucarística. Por eso es imprescindible 
  que dediquemos, antes de la misa, un tiempo a preparar nuestro interior para 
  acoger al Señor Resucitado en las distintas formas en que Él se 
  nos va a ir haciendo presente a lo largo de la celebración. De otra forma 
  la misa se convierte en un rito cansino y aburrido, donde estamos de cuerpo 
  presente, pero nuestro espíritu estará en otras cosas. 
  
  ¡Ah! ¿Y para qué se hace presente el Señor resucitado 
  en la Eucaristía? Para transformarnos a nosotros y a nuestra comunidad, 
  como transforma el pan y el vino, en su Cuerpo. Cuando salimos de la Iglesia, 
  tras la celebración de la Eucaristía, deberíamos ser para 
  nuestro vecinos un testimonio vivo de la presencia de Jesús, porque vamos 
  teniendo un estilo de vida personal y comunitario semejante al suyo y porque 
  vamos trabajando por la construcción de una familia, de un pueblo, de 
  un mundo que cada día se ajustan más al corazón de un Dios, 
  que tiene verdadera pasión porque todos los hombre y mujeres su hijos 
  tengan una vida verdaderamente humana y la tengan en plenitud. Para eso, y no 
  para otra cosa, vino Jesús al mundo y se quedó en la Eucaristía.