|  
       Gracias, 
        Señor, porque estás 
        todavía en mi palabra; 
        porque debajo de todos 
        mis puentes pasan tus aguas. 
        Piedra te doy, labios duros, 
        pobre tierra acumulada, 
        que tus luminosas lenguas 
        incesantemente aclaran. 
        Te miro; me miro. Hablo; 
        te oigo. Busco; me aguardas. 
        Me vas gastando, gastando. 
        Con tanto amor me adelgazas 
        que no siento que a la muerte 
        me acercas... 
        Y sueño... 
        Y pasas... 
       
       
        Vas a pasar, Señor, ya sé quién eres; 
        Tócame por si no estoy bien despierto. 
        Soy hombre, ¿me ves?, soy todo el hombre. 
        Mírame Tú, Señor, si no te veo. 
        No hay horas, no hay reloj, ni hay otra fuerza 
        que la que Tú me des, ni hay otro empleo 
        mejor que el de tu viña.... 
        Pasa... 
        Llama... 
      Vuelve a llamarme... 
        ¿Qué hora es? No cuento 
        ya bien. ¿Es la de la sexta?, ¿la de nona?, 
        ¿la undécima? ¿O ya es tarde? 
        Pasa... 
 | 
    
       Quiero 
        seguir, seguirte... 
        Llama estoy perdido; 
        estoy cansado; estoy amando, abriendo 
        mi corazón a todo todavía.... 
        Dime que estás ahí, Señor, que dentro 
        de mi amor a las cosas Tú te escondes, 
        y que aparecerás un día lleno 
        de ese amor mismo ya transfigurado 
        en amor para Ti, ya tuyo... 
        El ciego, 
        el sordo, anda, tropieza, vacilante, 
        por la plaza vacía. 
        Ya no siento 
        quien soy. No me conozco... 
        ¡Grita! ¡Nómbrame, 
        para saber que todavía es tiempo!... 
        Hace frío... 
        ¿Será que la hora undécima 
        ha sonado en la nada?... 
        Avanzo, muerto 
        de impaciencia de estar en Ti, temblando 
        de Ti, muerto de Dios, muerto de miedo. 
        Yo soy el hombre, el hombre, tu esperanza, 
        el barro que dejaste en el misterio. 
         
        (Los tres poemas mayores) 
       
      
      Nada quiero, Señor, 
        nada te pido; 
        tengo esta pobre voz que Tú me has dado, 
        y como un perro fiel marcha a mi lado 
        en mi diario camino hacia el olvido. 
        (Del campo y la soledad) 
 |