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       El 
          Campanillo  | 
  
  Entrevista 
  a D. Enrique López Guerrero. 1ª Parte. Manuel 
  Gavira Mateos
Escuchar a Don Enrique es descubrir la vida de un hombre polifacético. Él ha sido maestro de primaria, profesor de instituto, matemático empedernido, viajero infatigable, fotógrafo aficionado, licenciado en psicología, experto en parapsicolgía teórica y experimental, escritor apasionado, animador cultural, conferenciante solicitado en diversos foros... y sobre todo, pastor y párroco de nuestro pueblo desde hace cuarenta y seis años.
¿Cómo se 
  puede nacer en el sevillano barrio de San Bernardo en el año 1.930 y 
  no ser torero?
  Bueno, en realidad, hice mis pinitos de torero aficionado de salón, aunque 
  de ahí no pasé pues no me atreví nunca con los pitones 
  de verdad. Pero si fui amigo de los hermanos Vázquez, Pepe Luis, Manolo, 
  Antoñito... Con éste último, que sólo llegó 
  a novillero, mantuve por mucho tiempo una verdadera amistad. También 
  en la época de mi residencia en Nervión conocí a la familia 
  Ordóñez. 

¿Dónde 
  y cómo vivió con su familia?
  Mis primeros años, por dificultades económicas mis padres me encomendaron 
  a mi abuela materna y mis dos tías que vivían en San Bernardo, 
  hasta que, resueltas dichas dificultades, nos trasladamos a Nervión, 
  donde ya continué con ellos y mi hermana menor, fijando nuestra residencia 
  en un chalet de la calle Cardenal Lluch. Se puede decir que éramos una 
  familia bien, pues, aparte de vivir en un chalet, disponíamos de coche 
  (un descapotable alemán), y yo asistía a un colegio de pago, donde 
  estudié bachiller y me preparé el examen de estado para el ingreso 
  en la universidad.
¿Qué circunstancias 
  le hicieron trabajar como maestro antes de ingresar en el Seminario?
  Tenía ya 17 años cuando al terminar la segunda guerra mundial 
  sobrevino una recesión bancaria enorme, supuso una gran ruina para muchas 
  gentes. A mi padre le cogió mal, pues había hecho una fuerte inversión 
  para su negocio y no disponía de liquidez. Entonces, como persona honesta 
  y no acostumbrada a estos avatares, y en su afán por responder a los 
  deudores mal vendió lo disponible para pagar. Cuando se da cuenta no 
  tenía ni dinero ni mercancía. 
  Recuerdo que aquel verano yo había ido a pasarlo con un tío mío 
  en Antequera, pensaba que a la vuelta ingresaría en la universidad. Pero 
  al volver me encuentro la penosa situación familiar. Dejamos el Chalet, 
  nos fuimos a vivir a un apartamento al barrio de San Bartolomé, y es 
  entonces cuando en el colegio, donde yo me había educado en Nervión, 
  entro para ejercer como maestro de primaria. Pero era tan poco el sueldo para 
  ayudar a mi familia, que además me veo incluso obligado a dar clases 
  particulares por las tardes, y a veces por las noches.
  Descubrí en estos años la faceta más dura de la vida. Muchos 
  amigos dejaron de serlo, mi hermana enfermó, mi padre lo pasó 
  muy mal... en fin.
¿Cuándo 
  cree que germinó su vocación sacerdotal?
  Mi vocación surgió de la forma más curiosa. Cuando aún 
  no tenía veinte años, una noche me encuentro con el ya nombrado 
  Antoñito, concretamente en el Bar Cobos de la Puerta de la Carne; era 
  en el mes de marzo. Decidimos ir al cine a ver la película "Juana 
  de Arco", la de Ingrid Bergman. Aquello me impactó de tal manera 
  que salí del cine aturdido, ni siquiera me percaté que estaba 
  lloviendo, hasta que mi amigo me avisó. Ya en casa pasé una noche 
  horrible, como con fiebre, no pude dormir obsesionado con la imagen de la doncella 
  de Arco, que de alguna forma me abría un mundo nuevo, para mí 
  desconocido, de lucha y entrega por una buena causa. Vi la película siete 
  veces más, incluso llegué a aprenderme de memoria todos los diálogos, 
  y por supuesto me hizo recapacitar bastante sobre mi vida.
  
  Simultáneamente, coincide esta experiencia con mi aparición por 
  la Iglesia de San Bartolomé, la que antes ni conocía. Cuando entro 
  en ella por primera vez, husmeo por todos los rincones hasta que en una pequeña 
  peana veo una imagen de la Virgen de Fátima. En un principio no noto 
  nada especial, pero una de las veces que la miro me sonríe. Sorprendido 
  creía ver visiones, pero la impresión es tan fuerte que me da 
  por rezarle un rosario. Repito esta experiencia varias veces, y siempre que 
  yo me arrodillaba ante Ella veía que me sonreía. Durante todo 
  el mes de mayo no dejé de acudir puntualmente a mi rosario diario con 
  Ella.
  Por otro lado, a todo esto, con los compañeros de trabajo yo había 
  organizado una quiniela múltiple, con el fin de conseguir algún 
  dinero. Pues bien, interpreto que la Virgen lo que quería era ayudarme 
  a acertar la quiniela, es más llegué a la conclusión que 
  el domingo elegido para esto último sería el último del 
  mes de mayo. Así que el sábado anterior, después de haber 
  conseguido con mucho trabajo mi aportación semanal para la quiniela, 
  me voy para el Bar Cobos para sellarla. Pero cuando llegué, el recogedor 
  ya se había marchado, y por la hora que ya era no había solución 
  posible. Sólo le pedí a la Virgen que "no saliera", 
  pero... tocó. No veas como me recibieron los compañeros el lunes 
  al enterarse de que yo no había sellado las apuestas.
  En los siguientes días reacciono sin ir por la Iglesia, pero al poco 
  pensé que Ella no era culpable y comienzo a rezarle otra vez. La conclusión 
  de que la Virgen no me había "engañado", como yo ingenuamente 
  en mi ignorancia suponía, la obtuve al hacerse luz en mi entendimiento 
  y comprender que Ella me había prometido "acertar" pero... 
  no "cobrar". Curioso "truco" de la Virgen, sin duda, para 
  atraerme hacia Ella.
  
  Un domingo, ya a finales de junio, observo que en el Sagrario un sacerdote, 
  Don Francisco García Madueño, sacerdote ejemplar, fundador de 
  la asociación "Al encuentro de Cristo" que tantas vocaciones 
  aportó a la diócesis, le hablaba a un grupo de muchachos. Comienzo 
  a frecuentar estas reuniones, y a las tres o cuatro semanas me doy cuenta que 
  se había despertado en mí la vocación para el sacerdocio, 
  que se inició unos meses antes cuando fui al cine e hice un nuevo planteamiento 
  de mi vida.
¿Qué duda 
  cabe que Don Francisco García tuvo gran influencia en su decisión?
  Por supuesto. Cuando yo fui a comunicárselo a su despacho ya en el mes 
  de julio, él se me adelantó y me preguntó: ¿Vienes 
  a decirme que quieres entrar en el seminario? Me quedé asombrado, pero 
  lo cierto es que a finales de septiembre estaba en el seminario. Además, 
  se resolvieron en tan poco tiempo algunos de mis problema: me costeó 
  la beca el doctor Fombuena, el de la conocida farmacia de la Puerta Carmona; 
  mi hermana comenzó a trabajar en un comercio del centro; y mi tío 
  de Antequera ayudó a mi familia en todo lo posible.
¿Qué no 
  olvida de la vida en el seminario?
  Pues, mis primeros ejercicios espirituales y el esfuerzo por dominar el latín, 
  ya que entonces todas las clases eran en latín, tanto las explicaciones 
  de los profesores como las preguntas o respuestas de los alumnos.
  Estuve sólo cinco años, pues por mis estudios anteriores entré 
  en el tercer año de la carrera.
¿Cuándo 
  fue ordenado sacerdote?
  Me ordené en el año 1.955, dije mi primera misa en San Bartolomé, 
  donde me hizo la presentación y predicación el ya citado Don Francisco 
  García.
¿Cuál fue 
  su primer destino?
  Como capellán en el Patrimonio Forestal del Estado, concretamente en 
  una aldea llamada Bodegones, tenía además a mi cargo otras tres 
  aldeas, todas entre Almonte y Mazagón. Allí permanecí dos 
  años, hasta que gané por oposición la parroquia de Mairena.
¿Cuándo 
  llega a Mairena?
  El quince de junio del 1.957, por cierto el día de mi santo.
¿Qué recuerda 
  de aquel día?
  ¡Ah, una anécdota simpatiquísima! Llegué a la plaza 
  en un viejo jeep del ejército, de un amigo ingeniero técnico de 
  montes. En la plaza me esperaban las autoridades, representaciones de hermandades 
  y el pueblo en general como entonces era costumbre, al bajar me saludó 
  un señor, al que yo le contesto: ¡Encantado de saludarle, señor 
  alcalde! Al momento escuché entre los presentes que alguien me decía: 
  "Ese no es el alcalde, es el sillero del Viso". ¡Vaya entrada 
  que tuve! 
  Después, ya en la Parroquia, hice mi presentación, saludo al pueblo 
  desde el púlpito, y se leyó mi nombramiento como párroco 
  de Mairena.
¿Cómo describiría 
  aquella parroquia que encontró?
  Necesitada, necesitada de arreglos y no sólo en la Parroquia sino también 
  en las ermitas. La de San Sebastián estaba cerrada al culto. La de San 
  Bartolomé era un solar.... Era necesario remover las hermandades y asociaciones, 
  como Acción Católica...
  Yo tenía dos ideas muy claras: la primera era predicar la Palabra, es 
  decir enseñar el mensaje de Cristo. La segunda, potenciar a la juventud; 
  era ya consciente entonces de la importancia de los jóvenes dentro de 
  la iglesia.
  Así que comencé a reunirme con las hermandades, a presidir la 
  Conferencia de San Vicente, origen de lo que hoy es Cáritas. Por las 
  tardes, en el Sagrario, organicé diariamente charlas sobre Teología 
  profunda... Y con los jóvenes de Acción Católica formé 
  un coro, yo entonces cantaba muy bien, y un grupo de teatro. En sólo 
  tres meses fuimos capaces de representar la obra de Jardiel Poncela "Los 
  habitantes de la casa deshabitada" en el cine; fue un exitazo. Recuerdo 
  que trabajaban entre otros Heraclio, Andreina, Pepita Hernández...
Don Enrique, ¿conoce 
  una foto con Rogelio Marín en la feria, en la que él escribió 
  el siguiente texto: "En la deglución del reglamentario pollo la 
  iglesia dialoga"?
  No. ¿Cómo, con Rogelio?, ¡Qué gran amigo! Él 
  recogía todas mis iniciativas, y con gran entusiasmo las llevaba a cabo, 
  imborrable su recuerdo. Debía ser cuando acostumbrábamos a vernos 
  en la Feria, y siempre lo hacíamos alrededor de un pollo al ajillo... 
  y hablábamos de todo, de lo humano y de lo divino.
Hablando de la feria, 
  ¿qué fue aquel intento de prohibir el baile agarrado?
  Fue un episodio desgraciado... yo pasé un disgusto tremendo cuando me 
  enteré que la Peña Mohara iba organizar este baile. Quise impedirlo 
  hablando con la directiva de aquella peña, que me escuchó amablemente, 
  hablando con el alcalde de entonces, que no sabía qué hacer... 
  llegué a decir que yo mismo lo impediría personándome en 
  la caseta... Pero, gracias a la ayuda de un seglar, de Don José Mellado, 
  pude serenarme y me convenció, además, de lo absurdo de mi postura.
  Desde entonces aprendí a consultar con seglares de mi confianza todos 
  los asuntos más espinosos que he vivido a lo largo de estos años. 
  ¡Qué paciencia demostró el pueblo de Mairena conmigo!