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El Campanillo
Hermandad Sacramental

Edición Digital 2006

LA EUCARISTÍA, MISTERIO DE FE Y DE AMOR: D. Antonio Dorado Soto.Obispo de Málaga

En la fiesta del Cuerpo y de la Sangre del Señor, el "Corpus Christi", os invito a meditar el núcleo más profundo de este misterio de fe y de amor. Enseña el Concilio Vaticano II que la Eucaristía, la celebración de la Santa Misa, es el centro de la vida de fe, "la principal manifestación de la Iglesia" (SC 41), la "fuente y la cumbre de la vida cristiana" (LG 11) y "de la evangelización", porque "comunica la caridad, que es el ama de todo apostolado (LG 33).

En fechas aún reciente, el llorado Juan Pablo II insistía al Pueblo de Dios que "todo compromiso de santidad, toda acción orientada a realizar la misión de la Iglesia, toda puesta en práctica de los planes pastorales han de sacar del Misterio eucarístico la fuerza necesaria y se han de ordenar a él como a su cumbre" (EDE 60), porque es origen y meta de fe y de las tareas apostólicas.
Estas afirmaciones constituyen una enseñanza de la Iglesia a la vez tradicional y siempre nueva. Por eso os animo a profundizar en ellas. Los evangelistas relatan la Última Cena como la expresión mayor de la libertad infinita y del amor de Jesucristo al hombre; un amor que se manifiesta en el acto provocador de lavar los pies a los suyos; que le lleva a entregar místicamente la propia vida con entera libertad antes de que llegue la crucifixión; y que sustenta el mandamiento nuevo que debe distinguir a sus seguidores, el mandamiento incondicional a Dios y al hombre.

Su sustitución en vísperas de la muerte del Señor es el instante en el que el amor de Dios alcanza tal profundidad, que lleva al evangelista San Juan a escribir: "sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo (Jn 13,1). Porque, en la Eucaristía, Jesús anticipa libremente su entrega, el don de sí mismo con todo cuanto es y cuanto tiene. Así lo recordamos cada vez que celebramos la Santa Misa, al proclamar el sacerdote: "Tomad todos de él, porque esto es mi cuerpo", "porque éste es el cáliz de mi sangre". El Hijo Unigénito de Dios da su vida, hasta la última gota de su sangre, por nosotros. Y a continuación repite: "Haced esto en memoria mía". Es decir, que amemos a los demás con sentimientos y obras, hasta dar por ellos la vida, es preciso.

En lugar de alejarnos de la realidad diaria, con todas sus alegrías y problemas, la celebración devota y fiel de la Santa Misa reaviva nuestra fe y enriquece nuestro amor a Dios y al hombre. Sólo ella puede sostener nuestra fidelidad a Dios; una fidelidad que se pone de manifiesto en el amor incondicional a todos, en el compromiso difícil por un mundo más humano y en el trabajo incesante por la justicia y la paz.

La fiesta del Cuerpo y de la Sangre del Señor y la procesión por las calles y las plazas de nuestras ciudades y pueblos tiene que convertirse en una nueva ocasión para contemplar la grandeza del amor de Dios al hombre y para reavivar ese compromiso de servicio y de amor a todos, que nos ha dejado Jesucristo como su última voluntad.