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El Campanillo
Hermandad Sacramental

Edición Digital 2003

YO SOY EL PAN VIVO. Luis Quintero Fiuza. Obispo de Santiago (Alfa y Omega, Mayo- 2002)

El misterio de la Eucaristía ocupa un lugar privilegiado en el marco de los sacramentos. La razón es que la Eucaristía no es sólo un efecto gratificante del acto redentor de Cristo, sino que hace presente y comunica de un modo sacramental al Redentor y obra redentora: "La Eucaristía contiene en realidad a Cristo mismo, mientras que los otros sacramentos contienen una determinada virtud instrumental recibida de Cristo por participación" (Santo Tomás de Aquino).
La Eucaristía es, en un cierto modo, el tercero de los grandes misterios de la revelación y de la fe cristiana: la vida eterna de Dios, que se desarrolla de un modo esencial y sin tiempo en el misterio de la Santísima Trinidad, y que en el misterio de Cristo, Dios y hombre, se le comunica, en el tiempo, a la Humanidad en la persona y en la obra redentora de Jesucristo, se hace presente, en la Iglesia, en el misterio de la Eucaristía con toda su plenitud, comunicándose de este modo a cada uno de los cristianos, con la certeza de la realidad y eficacia sacramentales.

El misterio de la Eucaristía es, a la vez, sacrificio y sacramento, sacrificio y banquete, centro y culminación del culto de la Iglesia, la cual vive de ese culto y por el cual se renueva incesantemente hasta el fin de los tiempos. Todos los otros sacramentos, incluido el Bautismo, viven de este misterio de salvación que es la muerte sacrificial de Cristo, y que se nos hace sacramentales presente en la Eucaristía.

En este marco teológico de comprensión del misterio eucarístico, hemos de situar la transmisión y recepción eclesial del evangelio de esta solemnidad. En él nos refiere San Juan el Discurso eucarístico de Jesús. Frente al carácter metafórico del precedente sobre el pan de vida, destaca el realismo sacramental de este discurso eucarístico de Jesús: es necesario comer y beber la carne y la sangre del Hijo de Dios. EL espíritu no se da fuera de su realidad humana: su carne lo manifiesta y lo comunica. No hay don del Espíritu donde no hay don de la carne. A través de ella, el don de Dios se hace concreto, histórico, adquiere realidad asequible al hombre. Es así una presencia que busca un encuentro. Dios pone todo su interés en acercarse al hombre y establecer comunión con él, el cual, con tanta frecuencia, tiende a alejarlo de su mundo.

Jesús aclara tan abiertamente que ese pan es su misma realidad humana, que los judíos reaccionaron con estupor. El estupor de todos los que, a lo largo de Historia, no tenemos la fe y la humildad necesarias para aceptar que la unión personal con Cristo, efecto principal de la Eucaristía, se realiza mediante la permanencia mutua: El que come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él.
La frase de Jesús "No tenéis vida en vosotros" es decisiva. En la radicalidad de esta aserción del Señor, descansa el imperativo cristiano de que la Eucaristía se ha de convertir en el centro de nuestra vida espiritual y en la fuerza dinamizadora de nuestro compromiso fraterno.