SOBRE REVOLUCIONARIAS Y BANDERAS REPUBLICANAS
Jose Manuel Navarro

El carnaval es el espacio de la libertad de expresión, de la crítica, del comentario de los problemas sociales que preocupan a la ciudadanía y del disfraz como instrumento de representación. Es en este ámbito en el que debe enmarcarse la elección de la bandera republicana por la joven comparsa femenina "Las Revolucionarias" para ambientar el tipo de Mariana de Pineda. Sacar de este contexto el debate y pretender cargarlo de significado político resulta un tanto excesivo, especialmente cuando se manejan alegremente delicados argumentos históricos sobre la bandera, la II República y la legalidad o no de una enseña.

La bandera tricolor

Aunque en ocasiones se ha querido buscar a la bandera tricolor un pasado remoto como enseña nacional, realmente su recorrido histórico es breve y únicamente fue enseña nacional durante la II República, entre 1931 y 1939. Tampoco la bandera bicolor tiene una gran antigüedad, aunque sí un más prolongado periodo de vigencia, durante el cual simplemente ha sufrido ligeras modificaciones, especialmente en el escudo.

Hasta el s. XIX no existe en España una verdadera bandera nacional. Con anterioridad las tropas habían enarbolado la enseña del rey o del reino como signo identificador. Así por ejemplo Castilla usaba su pendón rojo con un castillo, León una bandera blanca con un león y Aragón las barras rojas sobre fondo dorado. Desde Carlos I las tropas españolas lucen el aspa roja de S. Andrés, de la casa de Borgoña, sobre telas de diferentes fondos. Esta bandera fue paseada por los tercios por toda Europa y varias de ellas pueden verse en el famoso cuadro de Velázquez, La rendición de Breda, conocido popularmente como "Las lanzas". La cruz en aspa fue tomada como enseña por los carlistas y hoy se conserva en segundo plano en el escudo de la casa real española y en el aspa negra de la cola de los aviones del Ejército del Aire.

Desde 1700, con la llegada de la casa de Borbón al trono español, las unidades militares comenzaron a usar banderas blancas (el color de la familia), con el aspa, la flor de lis y, en algunos casos, castillos y leones en las esquinas. La bandera bicolor (roja y amarilla) fue adoptada por Carlos III como elemento distintivo de los navíos, para diferenciarlos de los buques de los restantes países en los que reinaba la familia Borbón, que también usaban banderas blancas.

Con la instauración del régimen liberal se adoptó esta bandera bicolor como enseña nacional dejando de ser un emblema regio para representar a la Nación. Pero durante el largo proceso de lucha contra el absolutismo regio, durante el primer tercio del s. XIX, algunos grupos liberales, especialmente los más radicales, comienzan a usar el color morado como signo distintivo. La elección de este color como emblema parte de la creencia de que fue el color empleado por los comuneros, los miembros de las comunidades castellanas, alzados en armas en 1521 contra el rey Carlos I. Los liberales vieron en esta rebelión un precedente de su lucha por la libertad contra un rey absoluto y adoptaron como emblema el mal llamado pendón "morado" de Castilla, pues realmente el pendón histórico castellano era rojo y los comuneros emplearon como signo distintivo cruces rojas en su ropa.

Esta vinculación de Castilla con el color morado puede verse reflejada en la unidad militar más antigua del ejército español, el Regimiento de Infantería de Castilla, (Inmemorial del Rey nº 1), conocido como "Tercio de Morados" por usar desde 1693 un uniforme morado.

El paso del rojo al morado en la concepción popular del emblema de Castilla pude deberse a varias razones. La acción del tiempo puede hacer que los tintes rojos se oscurezcan por lo que algunas banderas rojas, que han estado mucho tiempo expuestas a la acción del sol, pueden adoptar una tonalidad violeta; por otra parte la palabra púrpura es confusa pues designa un tinte natural de un color rojo intenso, carmesí, y un color heráldico de tono violeta. Por ejemplo el león del escudo español, descrito durante siglos como "púrpura", era representado con color rojo, y sólo a principios del siglo XIX empezó a ser pintado de púrpura heráldico, es decir, de morado.

Pero pese a que el morado comenzó a identificarse con el liberalismo no se vinculó con el republicanismo. De hecho en 1833, cuando es proclamada reina Isabel II, la casa real adopta un estandarte de fondo morado para su escudo, aunque actualmente es azul. Tampoco en la I República se cambió el color de la bandera y el gobierno republicano siguió usando la bandera roja y gualda como enseña nacional. Pero el Ayuntamiento de Madrid presentó una proposición a las Cortes Constituyentes para que se añadiese a la bandera nacional una franja morada, argumentando que los colores rojo y gualda correspondían a Aragón y debía completarse la representación de España con el color que consideraban propio de Castilla: el morado. Siendo rechazada la propuesta por las Cortes el Ayuntamiento adoptó la cinta tricolor como insignia de sus concejales.

A principios del s. XX la creciente oposición al sistema monárquico irá convirtiendo la enseña tricolor en un símbolo político, una bandera de partido. Para algunos sus tres franjas simbolizaban el lema liberal "Libertad, Igualdad, Fraternidad" y con frecuencia aparecía en huelgas, manifestaciones y mítines de los partidos progresistas, republicanos y de izquierdas.


El decreto de 27 de abril de 1831, que fijaba la enseña tricolor como bandera oficial de España, señalaba que "… es una enseña investida por el sentir del pueblo con la doble representación de una esperanza de libertad … el derecho instaurado para todos los ciudadanos … que significa paz, colaboración de los ciudadanos bajo el imperio de justas leyes."

Hoy día en España, con un sistema democrático monárquico constitucional y una enseña nacional bicolor, la bandera tricolor ha quedado como emblema de la ideología republicana, fórmula política democrática opuesta al modelo monárquico como estructura de la jefatura del estado. El que determinados partidos vinculen esta bandera a la aspiración independentista de algunas nacionalidades o a otras reivindicaciones, ha cargado con otros significados este emblema, en principio ajenos a su esencia original.

Mariana de Pineda

No creo que haya sido esta la intención con la que las revolucionarias la han subido al escenario o la han enarbolado por Mairena en el pasacalle. Más bien creo, corríjanme ellas si me equivoco, que intentaron representar la bandera que le costó la vida a Mariana de Pineda, el tipo con el que se presentan estas jóvenes revolucionarias para cantan a la igualdad de derechos y denunciar la violencia de género. Esta joven comparsa viene abriéndose camino en el mundo del carnaval que, como otras muchas facetas de la vida pública, ha sido hasta hace muy poco, un campo exclusivo de los hombres, y es en esta línea donde encaja la elección del tipo.

Mariana de Pineda en el imaginario popular representa la mujer libre, revolucionaria, que da su vida por la libertad y los derechos, convirtiéndose en un verdadero icono del liberalismo. Era hija de un conocido aristócrata granadino, nacida en 1804 y educada en el Colegio de Niñas Nobles de la ciudad de la Alhambra. Muy pronto dio muestras de su carácter resuelto y libre. En 1819 escandalizó a la buena sociedad granadina casándose, con 15 años y embarazada, con un militar liberal. Su muerte en 1822 dejaba a Mariana viuda, con dos hijos, dueña de una importante fortuna y libre de la tutela masculina.

Y la joven viuda no tardó en convertirse en la sensación de las fiestas sociales y participar en tertulias liberales, la principal en la casa de los Montijo, donde se conspira contra Fernando VII. Mariana se convierte en enlace de los exiliados en Gibraltar, acoge en su casa a los huidos de la justicia, gestiona pasaportes falsos y lleva alimentos y cartas escondidas a los liberales presos. En una de estas visitas a la cárcel ayuda a escapar a su primo Fernando, condenado a muerte, entregándole un hábito franciscano y una barba postiza. ¡No me dirán que a la señora no le tiraba el carnaval!

Entre los liberales con los que entra en contacto se encuentra Manuel Peña y Aguayo, con quién tendrá otra hija. Será Manuel quien le encomiende elaborar una bandera de tafetán morado con el lema "Libertad, Igualdad y Ley" para encabezar un levantamiento contra Fernando VII.

Estos contactos habían levantado las sospechas de Pedrosa, miembro de la Chancillería y convencido absolutista. Desde el tribunal que mira a la Alhambra desde la otra orilla del Darro, dispone una vigilancia estrecha de su casa y de los que pasen por ella. Precisamente la indiscreción de las criadas del Albaicín a las que Mariana había encargado bordar la bandera permitirá a Pedrosa conocer la trama de la conspiración. En el registro de la casa se descubre la bandera junto a varios documentos escondidos en el hueco de una hornilla. Mariana es encerrada en el convento de Santa María Egipcíaca, en la calle Recogidas, que recibe su nombre de dicha institución, por dedicarse a acoger a mujeres pobres, enfermas, prostitutas y huérfanas.

El tribunal impone a Mariana la pena capital, ofreciéndole Pedrosa el indulto si delataba a los restantes conspiradores. Su negativa a descubrir a sus camaradas la llevó al patíbulo, enclavado en el actual Campo del Triunfo, el 26 de mayo de 1831. En una carta dirigida a sus hijos Mariana explicaba que moría por la libertad y la patria, señalando que "El recuerdo de mi suplicio hará más por nuestra causa que todas las banderas del mundo".

La figura de Mariana de Pineda quedó en la memoria popular como símbolo revolucionario, convirtiéndose en paradigma para los liberales, los republicanos y las feministas. De hecho la representación iconográfica de la España republicana, una mujer con corona mural vestida con la bandera tricolor, fue considerada en ciertos sectores populares, especialmente en Andalucía, una representación de la joven heroína. No en vano su paisano Federico García Lorca la llevó a la escena para encarnar el ideal de libertad y la lucha contra la opresión en 1925, en plena dictadura del general Primo de Rivera.

Resulta significativo que estas jóvenes maireneras griten a los cuatro vientos pidiendo igualdad social enarbolando precisamente la bandera del régimen (la II República) que le reconoció a la mujer la igualdad política al permitir el voto femenino por primera vez en la historia de España.

Aunque todo lo anteriormente señalado pueda explicar que la figura de Mariana de Pineda aparezca vinculada en el imaginario colectivo a la bandera tricolor, la bandera liberal encontrada en su casa era completamente morada. La bandera tricolor no fue usada como emblema político hasta finales del s. XIX por los partidos republicanos y fue adoptada como enseña nacional por el gobierno republicano en 1931, curiosamente, cuando se cumplían cien años de la muerte de Mariana de Pineda.


La República y la Guerra Civil

La interpretación de los hechos del pasado desde los parámetros que sustentan una posición política o ideológica dificultan el análisis preciso de los acontecimientos históricos, pues los presenta no como fueron, sino como conviene al marco de referencia ideológico de partida, como ejemplifica perfectamente el caso de la II República Española. La "demonización" del gobierno republicano y todas sus actuaciones bajo el franquismo, como arma de propaganda durante la guerra y como elemento de justificación posteriormente, y la exaltación idealizada del modelo republicano operada en las últimas décadas, con no poco de revanchismo, han supuesto un fuerte obstáculo para la comprensión del periodo republicano. Ambos han cargado de connotaciones peyorativas o laudatorias la etapa, sin atender a la fría realidad de los hechos, considerándola por ejemplo un periodo plenamente revolucionario o vinculado de forma indisoluble con la Guerra Civil.

Identificar II República y revolución es totalmente erróneo. Sin ir más lejos el primer Presidente de la II República Española, Niceto Alcalá Zamora, es un hombre conservador, católico y de derechas, y los miembros de los partidos republicanos se manifiestan opuestos a cualquier intento de revolución y contrarios a los movimientos extremistas, tanto de izquierdas como de derechas. El republicanismo, como ideología, se vinculó con el modelo democrático, reuniendo a hombres de un amplio abanico político, de derechas e izquierdas, convencidos de que la monarquía había traicionado el sistema democrático, permitiendo el corrupto sistema caciquil y el turno arreglado de partidos y apoyando al dictador Primo de Rivera.

La Guerra Civil comienza con un golpe de estado contra el gobierno legítimo de la II República y por tanto responsabilizar al sistema republicano y a los republicanos de la Guerra Civil es, como poco, ignorar la historia. Guerras civiles más prolongadas, destructivas o sangrientas ha sufrido España bajo el régimen monárquico (como la de Sucesión, 1701-1713, o las guerras carlistas, 1833-39, 1847-60 y 1870-75), planteándose en todas ellas la disputa entre dos modelos políticos encabezados ambos por sendos monarcas.

Los gobiernos republicanos, de derechas y de izquierdas, legítimos y democráticos, tuvieron que soportar dos grandes golpes de estado provenientes de la derecha, el de Sanjurjo en 1932 y el de Mola en 1936, un estallido revolucionario dirigido desde la izquierda en 1934, varios conatos de sublevación revolucionaria, (como el de Casas Viejas), huelgas violentas, saqueos e incendios de edificios públicos, especialmente religiosos, conspiraciones militares, atentados y asesinatos protagonizados por pistoleros de las milicias falangistas y carlistas y de los partidos y sindicatos obreros, especialmente los anarquistas.

Sencillamente durante la II República los verdaderos republicanos sufrieron el acoso desde ambos extremos del espectro político, que terminaron por formar dos amplios bandos resueltos a dirimir sus diferencias por la vía de las armas antes que por la del diálogo democrático que proponía la República.

Hoy día el republicanismo ha perdido la carga de reivindicación democratizadora que tenía en 1931, en la medida en que la monarquía se ha adaptado a las exigencias del modelo parlamentario. Juan Carlos I aprendió la lección que le costó el trono a su abuelo y con su apuesta por la democracia, pilotando una transición pacífica y actuando de forma decidida en la noche del 23-F, hace ahora 25 años, se ganó el apoyo de la ciudadanía, única fuente de verdadera legitimidad que entiende un sistema constitucional.

Siendo conscientes de que el verdadero sentido de la II República era la democracia, en junio de 1977, desde París, José Maldonado, el último presidente republicano en el exilio, disuelve el gobierno republicano. En su comunicado señalaba que tras las elecciones celebradas confiaba en la instauración de un sistema democrático, aunque bajo modelo monárquico, al cual los republicanos históricos prestarían fidelidad. Esto mismo quiso simbolizar el PCE al aceptar la bandera nacional bicolor en el momento de su legalización en abril de 1977.

Independientemente de todo ello la opción republicana es hoy tan legítima como otras muchas y puede ser defendida como opción política dentro del marco democrático que nos ampara. De hecho el cambio de un monarca por un presidente no debería alterar el sistema democrático más allá de abrir el juego político por la vinculación del presidente a uno u otro partido. Aunque hoy día la opción republicana la enarbolan partidos de izquierdas principalmente y la opción monárquica aparece más vinculada con la derecha, en el plano jurídico la forma de designar al jefe del estado no está unida a una ideología política concreta. ¿Acaso es más de izquierdas Estados Unidos por ser una república? En la Unión Europea, el marco de referencia internacional de España, encontramos monarquías y repúblicas, con gobiernos de derechas e izquierdas indistintamente, sin presentar diferencias apreciables en el respeto a los derechos humanos, el sistema democrático, el grado de libertad o el nivel de prosperidad, por el hecho de designar a sus jefes de estado mediante herencia dinástica o elección popular.